19 septiembre 2006

Automáticos - La maldición cíclica

La distancia que he creado se corresponde a mi ambición por superar otras murallas. Mientras sueño con los juegos que talvez podrían abrir las puertas de lo maravilloso, me hundo en otro posible complot contra mi insignificancia.

He descubierto las horas, marcado los pasos de tu rutina. Casi seguro de poseerte he desintegrado mi ubicación en el mundo. Es que carezco de destino, por eso, podrás confundirme con cualquier palabra que se te cruze por el camino, con cualquier nombre, con cualquier hombre. Entonces yo sentiré que el cielo se asemeja a la espesura del mar, increiblemente llano y desolado como los edificios en los que te busco.

Mientras me fume un cigarrillo de humo negro, estaré pensando en el pasado, casi seguro de no haber tenido chance de torcer la cara demacrada de una vida que no me pertenece. Entonces subiré al ascensor de un edificio derruido, y tragaré mi imagen en un espejo que detiene el tránsito de mi sangre. Apostaré que aquel reflejo no soy yo mismo (y de alguna manera se que no lo es), y pretenderé haberme olvidado de mi rostro, de tu rostro.
Y cuando baje de ese agujero cuadrado, como una caja que levita por un pasillo hacia un punto en una línea sin límites, habré llegado donde quería, adonde irían todos si pudiesen decidir sus nombres, sus actos, su infamia.


Allí en la soledad que causa toda posible decisión volveré a reunirme con mis deseos y te consagraré a una ofrenda de viento, a una mezquina proposición para reventar el aire que escupo cuando pronuncio tu nombre. Alli no tendré más que perpetuar el infortunio de mi existencia, arder en deshonra, rabia de no saber callar frente a los otros , que se convierten cuando soy plenamente consciente de que no estás, en la burla de mi nacimiento, en la risa y todos sus secretos.
Pensamientos que se convierten, uno a cada segundo, en extractos de mi, de mis palabras. Voces nuevas que me susurran sus nombres de desposeídos, que me describen sus rostros, parecidos al roce de la carne en un mundo sin oxígeno; en gritos aferrados al silencio, a un hombre que transpasa sus pupilas con las imágenes que todo el mundo olvida.

Imágen: "El Gran Ignorante" de Max Ernst